miércoles, 7 de julio de 2010

Evangeline


Allá donde el cielo termina y la tierra comienza, allá por el viejo molino , donde se respira aire limpio y no existen las impurezas, allá donde el arroyo refresca y el sol hace dorar los ojos de las ardillas, allá, en aquel lugar, nací yo.
Corría por los pardos caminos y tarareaba el soniquete de mi caña entre las vallas de la casa de la lechera.
Recuerdo sus ojos color aguamarina, sus mejillas sonrojadas y su naricilla repleta de pecas.
Pero lo que más me gustaba de ella eran sus trenzas rojizas, del mismo color que sus labios, tales capaces de esconder la más hermosa de las sonrisas.

Algunas mañanas íbamos al prado, pues nos encantaba ordeñar las vacas del abuelo y bebernos la leche calentita y dulce.

Por la tarde corríamos hasta nuestra cabaña donde teníamos una pizarra vieja muy grande, donde inventamos mil y una historias fantásticas.

Recuerdo que adoraba las noches en las que el abuelo nos contaba historias de miedo en la buhardilla, mientras nosotras nos escurríamos entre las sábanas muertas de miedo.

Me fascinaba Evangeline en todos los

sentidos, desde su carita risueña hasta la musicalidad de sus cuerdas vocales con las que solía cantarme nanas.

Algunas mañanas me despertaba con la melodía de su armónica, pues siempre estuvo orgullosa de cada canción que la abuelo le enseñó a tocar.

Una mañana temprano Evangeline me llamó, me dijo que iría a recoger frutas bajo las verdes hojas del bosque, se fue y nunca más supe de ella.


Recorrí sin aliento cada rincón del bosque , cada piedra, cada gota de rocío en la que pudiera reflejarse, cada copo de nieve caída y no conseguí encontrarla.

Dos días después de su desaparición fui a la casa de la tía Agatha con el abuelo. La tía Agatha siempre me pareció igual de vieja y aburrida. Entonces me escapé de aquel lugar, pidiéndole permiso al abuelo con una mirada traviesa.

Corrí y corrí desde la vieja casa de la tía, atravesé bosques enteros, rodé colinas abajo, salté entre los pedruscos del riachuelo e incluso trepé algunos árboles para encontrar lo que necesitaba, para ser feliz de nuevo, mi querida Evangeline.


Te juro que no sé cuantas zancadas di por aquellas montañas, ni sabía donde o qué tenía que hacer, solo sé que vagué sin rumbo hasta ponerse el sol y que llevaba los ojos llorosos de la velocidad y el sufrimiento, acompañadas de rasguños en las manos. Acabé con el vestido hecho harapos.

Serían las mil de la noche cuando me paré a descansar en aquel lago donde Evangeline y yo solíamos chapotear cuando el calor apuraba nuestras ropas en días calurosos de verano.


Me tumbé sobre unas rocas cerca del agua y pensé que el abuelo estaría preocupado por mí. Cerré los ojos, sonreí y dejé de preocuparme. Por muy lejos que yo estuviera de casa el abuelo siempre sabía donde encontrarme.


Miré hacia el agua turbia y ví cómo la luna se reflejaba en ella. Observé su reflejo con atención, aquella noche parecía que la luna sangraba.


Entonces seguí el rastro de la sangre y comprendí que no era sangre de luna, si no que había un cadáver en el agua.

Me levanté espantada y vi como tres arándanos flotaban en el agua. El cuerpo de Evangeline flotaba entre las frutas, tenía el rostro más pálido de los normal y ya no podía distinguir entre el rojo de sus cabellos y el de su sangre.


Me lancé al agua y recuperé sus ropas y me quedé con uno de sus cabellos.


No recuerdo mucho más de aquella horrible noche.


Desperté en casa del abuelo, abrazada al vestido empapado. Miré por la ventana y el aire de las montañas ya no era el mismo.


El día estaba nublado, aun así , algo me mantenía viva a pesar de mi trsiteza. Bajé con el abuelo a desayunar, había preparado churros. Cuando terminé , abrí la puerta y la brisa me sacudió las mejillas. Escuché una risa traviesa y vi algo que corría por detrás de casa.


Miré al suelo y vi un rastro de arándanos esparccidos por la hierba.

Seguí el rastro de las frutas que conducían a nuestra vieja cabaña.

En la puerta vieja, que con esfuerzo nos hizo el abuelo, estaba la cesta de Evangeline colgada, la abrí y encontré su armónica, la miré con lágrimas en los ojos y en su reverso encontré una frase grabada, en letras doradas, esa frase que nunca olvidaré : "Siempre contigo"

"She is the one that I adore"
(Bittersweet- Apocalyptica.)